Por: Christina Rodríguez
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Tenía unos treinta años y recuerdo haberme presentado a otras mujeres en la capacitación y retiro del CLLI hace años. A medida que pasaban los años, cada vez me presentaba de forma diferente. Había evolucionado hacia diferentes roles de liderazgo, títulos y cualquier actividad ministerial en la que estuviera involucrada en ese momento. También compartía sobre mi familia y las circunstancias que me llevaron a una comunidad de liderazgo de mujeres como el CLLI.
Algo pasó en mi vida después de los cuarenta años. Hubo un cambio en mi autoconciencia. Comencé a comprender más sobre cómo procesaba la información y cómo reaccionaba ante las cosas. Comencé a cuestionar las cosas que percibía como ciertas. Mi trayectoria académica me llevó de una institución conservadora a una más progresista. Comencé a luchar con mi fe y a veces me sentía infantil por dejarme sacudir por cada ola de doctrina o ideal. Tenía 45 años y necesitaba “crecer”.
La pandemia del COVID obligó al mundo a quedarse encerrado, estar quieto o, en mi caso, aburrirse.
Me encontré pensando existencialmente sobre mi vida y la vida en general. Estaba trabajando como capellana en la sala de emergencias durante el apogeo de COVID y fui testigo de más muertes y moribundos de los que hubiera deseado. Tuve el privilegio de caminar junto a familias en duelo a quienes no se les permitió ingresar al hospital y estar con sus seres queridos. A veces, era insoportable ver la dinámica de sufrimiento de las familias: la gente latina llora y se duele mucho.
Algunas de las madres latinas que conocí habían invertido gran parte de su identidad en sus hijos o hijas agonizantes. A menudo expresaban que no podrían vivir sin ellos, me preguntaban: “¿qué se supone que debo hacer?”
Al enfrentar todo esto, tuve la oportunidad de reflexionar sobre mi propia vida. Los valores con los que me criaron consistían en la familia y el trabajo duro, un trabajo muy, muy duro.
Vengo de una línea de mujeres de ambos lados de mi familia que sacrificaron mucho por la familia. Soñaron cuando eran niñas y luego vieron a sus hijos e hijas convertirse en lo que ellas nunca pudieron ser.
Mi generación ha cambiado lentamente y ha adoptado el concepto de autocuidado. Mientras escribo esto, puedo ver los frascos de vitaminas que tomo, así como una receta para mis espasmos musculares ocasionales. A raíz de mi experiencia durante el COVID, me di cuenta cada vez más de la importancia de cuidarme.
Además, la pandemia también provocó un énfasis renovado en la salud mental. La avalancha de recursos y apoyo adicionales fue demasiado abundante para ignorarla. La atención que recibí a través del sistema hospitalario y de organizaciones externas me salvó la vida. Recuerdo recuperarme en un hotel más de una vez, principalmente para hacer cuarentena, pero también para descomprimirme de lo que estaba presenciando. Mientras luchaba contra la depresión y la ansiedad derivadas de las circunstancias de la vida, también sentí un alivio sobrenatural. Ya no era la misma persona. La Biblia se refiere a esta transformación de la siguiente manera:
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” 1 Corintios 3:18 (Reina-Valera 1960)
Comparto esto porque el mundo me obligó a estar quieta; de lo contrario, habría seguido moviéndome.
Hay un aspecto hermoso en la tranquilidad y la meditación en Dios, pero también hay una profunda espiritualidad en el conocimiento de uno mismo. Mientras estaba quieta, me di cuenta de que había comenzado a seguir el mismo camino que habían recorrido mis progenitoras, uno de trabajo extremo. Trabaja hasta desintegrarte, trabaja hasta enfermarte. Quizás ellas no tuvieron el lujo de estar quietas. La verdad es que muchas de ellas probablemente estaban en modo de supervivencia.
Hoy, la realidad es que el COVID todavía persiste al igual que otras presiones del mundo. Independientemente de tu situación particular, te invito a estar quieta, a conocerte, a tomar consciencia de hacia dónde vas y hacer los cambios necesarios.
Al pensar en todo esto, recuerdo una canción favorita del artista internacional de adoración Sinach que afirma:
“Hemos sido llamados a mostrar su excelencia; todo lo que necesito para la vida Dios me lo ha dado, porque sé quién soy”.
Dios nos ha dado todos los recursos y habilidades necesarios para llegar a conocer a Dios y a nosotras mismas. Les invito a reflexionar sobre lo que el espíritu les está revelando. Acérquense y se sorprenderán al recibir respuestas a las preguntas que han tenido sobre su vida. Les animo a recibir esta temporada de su vida con caras descubiertas. Sólo entonces comenzaremos a ver a Dios confiarnos secretos que nunca imaginamos sobre esta vida y, en consecuencia, disfrutar cada vez más de la vida abundante que Jesús ofrece.

Christina Rodríguez es graduada del CLLI (2016), es supervisora corporativa de capellanía y ha brindado servicio a empresas como clínicas Momentum Therapy, Goodwill Industries y Tyson Foods. Ella y su esposo residen en San Antonio, Texas.