Por Anna Rodriquez

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Tienes que ser profesora”. Mi madre me lo recomendaba encarecidamente después de observar mi pasión por ayudar a las personas. Sin embargo, después de escucharla, ni siquiera podía pensar en la idea de convertirme en maestra. Ahora bien, si mi abuela fuera la que hubiera dicho que necesitaba ser maestra, entonces lo más probable es que hubiera sido maestra.

No es que no escuche las sugerencias de mi madre, pero mi abuela, que vivía enseguida de nosotras, influyó en mi vida de una manera muy impactante. Ella era mi heroína y modelo a seguir del liderazgo de una latina. Una parte importante de quién soy y de cómo sirvo a la comunidad se debe a su influencia. Heredé este don de servir de mi abuela a una edad temprana. Mi corazón canta cada vez que alguien dice: “Tienes el corazón de tu abuela”.

Al reflexionar sobre mi trayectoria, me alegra el corazón recordar los preciosos momentos que pasé sirviendo en la profesión de ayudar a las personas y cómo mi abuela me inspiró a servirles. Cuando era niña, mi abuela me incluía en conversaciones sobre la importancia de La Regla de Oro: “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” (Mateo 7:12 NVI).

Ella demostraba La Regla de Oro en sus conversaciones y acciones al preparar comidas para vecinos enfermos, llevar a las personas a sus citas médicas, ayudando en crisis utilizando sus estrategias de razonamiento, y abriendo una salida de la nada para satisfacer las necesidades básicas de todas las personas. Seguir su ejemplo finalmente me llevó a participar en el servicio comunitario, lo que se convertiría en mi carrera.

Recientemente, me ofrecieron la oportunidad de regresar a la escuela y obtener una maestría en trabajo social, lo cual me abre el camino para convertirme en trabajadora social certificada. Cuando comencé a pensar en mi edad, tenía dudas sobre regresar a la escuela. Pensé que este era el momento en que debería planear mi jubilación, ¡no buscar qué más agregar a mis responsabilidades! Después de intentar convencerme de que no necesitaba estudiar otra carrera, recordé la voz de mi abuela. Sus palabras para mí fueron: “Donde hay una necesidad, hay un camino”. Todas esas veces que ella sirvió a otras personas conmigo a su lado allanaron el camino para que yo siguiera una trayectoria en la que pudiera ser una voz para la gente vulnerable.

El campo del trabajo social es un entorno acelerado que requiere mucho trabajo arduo; desafortunadamente, hay muchas ocasiones en las que trabajadores sociales se encuentran en situaciones difíciles con la responsabilidad de encontrar soluciones. En mi experiencia, trabajar en el ámbito del trabajo social ha tenido muchos desafíos. Actualmente resido en el Oeste de Texas. Existe un número limitado de organizaciones sin fines de lucro que ofrecen servicios sociales. La mayoría de estas organizaciones tienen una gran necesidad de terapeutas y trabajadores sociales. Hace poco leí una cita: “Si la variedad es el gusto de la vida, entonces el trabajo social es una de las carreras más populares que existen”.

El código de ética juega un papel importante en esta profesión. Representa un resumen de las mejores prácticas para mantener la certificación. Cuando estudio este código de ética, recuerdo al Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que nos guía a toda la verdad (Juan 16:13) y que invita a líderes a vivir con honestidad e integridad. El objetivo final de la profesión de trabajo social es mejorar el bienestar humano, ayudar a satisfacer las necesidades básicas prestando atención al contexto del cliente y empoderar a las personas vulnerables, oprimidas y a quienes viven en la pobreza.

Esta pasión de servir a las demás personas que comenzó con mi abuela ha continuado a lo largo de los años. Al mismo tiempo, sigue habiendo escasez de consejeros profesionales certificados y trabajadores sociales con nivel de maestría. Estas dos realidades se cruzaron cuando la universidad a la que asistiré ofreció una beca en desarrollo de la salud para abordar la creciente necesidad. Tengo la intención de trabajar arduamente para completar con éxito el programa y servir como modelo para quienes vienen detrás de mí y, al mismo tiempo, rendir homenaje a las mujeres que allanaron el camino antes que yo. Estaré eternamente agradecida con mi abuela, quien encendió el fuego en mi corazón para servir a las demás personas siendo una mujer conforme al corazón de Dios.

En nuestra comunidad tenemos un dicho común, ¡Sí se puede!, les invito a inspirar a otras personas a ser lo mejor que puedan ser para así lograr el bienestar de nuestras comunidades y darle la gloria de Dios.

Anna Rodriquez es miembro de la junta directiva del CLLI y se graduó del mismo en 2010. Ha trabajado en el campo de los servicios sociales por más de 25 años y tiene una maestría y una licenciatura en administración pública de la Universidad de Texas, Odessa, Texas.