Por: Verónica Martínez-Gallegos

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Cada año tenemos la oportunidad de tener un nuevo comienzo. Esa frase trillada la escuchamos cada inicio de año, aunque realmente un comienzo nuevo lo tenemos con el amanecer de cada día. Sin embargo, nos gusta pensar que sólo a inicios de un nuevo año podemos comenzar de nuevo.

Podríamos cambiar nuestra manera de pensar al hacernos nuevas metas al inicio de un nuevo día, semana, mes o de cada trimestre al año. Podría ser una forma más practica de lograr objetivos a corto y largo plazo. Si pudieras comenzar algo de nuevo, ¿cuál sería ese proyecto en tu vida? ¿Qué tal si empezamos de adentro hacia fuera? Todas las personas tenemos conflictos internos y formas de relacionarnos que nos gustarían mejorar.

Hace un par de años descubrí el trabajo de la psicoanalista Karen Horney. A través de su teoría constructiva inicié un nuevo comienzo, una limpieza interior de mi pensamiento. Horney plantea tres conceptos básicos: el mal básico que inicia cuando no se satisfacen las necesidades básicas en la infancia, haciendo que luego se desarrolle una hostilidad básica y después una ansiedad básica, que cada persona combate de tres maneras: acercarse, confrontar y distanciarse de las personas. 

Estas tres maneras de relacionarnos con las demás personas tienen dos lados y se conectan en cómo pensamos de nosotras mismas y en lo que hemos internalizado. Horney también planteó la autoconciencia del yo. Cuando la persona pierde la conciencia de su yo real y vive con la percepción de un yo ideal o un yo despreciado, estos pensamientos no dejan espacio para que la persona viva en su autenticidad, que es donde se puede encontrar el potencial de crecimiento o autorrealización.

Con el yo ideal se piensa en un perfeccionismo ilusorio y el mensaje interno es: “debería ser…, o creer que ‘yo soy’”. En el yo despreciado se piensa en autoevaluaciones falsas o negativas y el mensaje interno es: “No soy lo suficientemente buena”.

Por ejemplo, la persona que se acerca a la gente tiende a ser complaciente y el mensaje interno es “si me amas, no me harás daño”. Algunas de las necesidades internas son de afecto y aprobación.  Así que quienes se relacionan acercándose a las demás personas se identifican con el yo despreciado. Se esfuerzan demasiado por complacer a las demás personas para sentirse amados.

Quien se mueve en contra de las demás personas suele ser hostil y el mensaje interno es: “Si tengo poder, nadie puede hacerme daño”. Sus necesidades internas son control, reconocimiento, admiración, logro, y se identifica con el yo ideal. Se esfuerzan demasiado por aparentar ser fuertes y no vulnerables.

Quien se distancía de las demás personas tiende a ser individualista, frio y distante y el mensaje interno es: “Si me retiro de las demás personas, nadie puede hacerme daño”. Algunas de las necesidades internas son la autosuficiencia e independencia, y la perfección, y vacila entre el yo despreciado y el yo ideal. Esta persona se esfuerza demasiado por lo que “debería ser” y sufre al pensar que nunca será lo suficientemente buena.

Sin embargo, estas tres maneras de relacionarnos con las demás personas tienen un lado positivo en las relaciones interpersonales. Por ejemplo, acercarse a otras personas crea relaciones amistosas, enfrentar nos equipa para la resiliencia y los límites y alejarnos da espacio para la solicitud y el desapego sano. Sólo cuando estos comportamientos se vuelven compulsivos y poco realistas existe el peligro de un conflicto interno mal sano.

Al reflexionar sobre lo que enseña esta teoría del yo real, en mi teología entiendo que yo soy quien Dios me creó para ser (Salmo 139:13). Dios me creó para ser mi yo auténtico y vivir haciendo el bien (Efesios 2:10). Independientemente de haber crecido en un núcleo familiar donde mis necesidades fueron o no fueron suplidas, como mujer adulta soy responsable por mi comportamiento. Mi padre y mi madre me dieron lo que tuvieron con los recursos que ellos a su vez recibieron. Soy responsable de llevar todo pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Corintios 10:4-5). Puedo castigarme pensando en el “debería” o creer que todo lo hago perfecto. Sin embargo, es difícil vivir en una mentalidad que gravita hacia ambos extremos.

También he comprendido que todas las personas usamos las tres formas de relacionarnos dependiendo de nuestra posición de poder. Por ejemplo, no me relacionaría moviéndome en contra de mi jefe, al menos que fuera por una injusticia. Pero quizá si me muevo en contra cuando estoy inconsciente que estoy en una posición de autoridad. Por eso es importante la autoconciencia. Un ejemplo de esto sería en cómo tratamos a nuestros hijos, sobre todo cuando son menores de edad o como tratamos al o la mesera cuando no recibimos el trato que creemos que nos merecemos.

Volviendo a la pregunta inicial, si pudieras empezar de nuevo reflexionando desde dentro, ¿cómo te relacionas con las demás personas? ¿Lo haces de forma sana o buscando satisfacer una necesidad interna no satisfecha? Te invito a reflexionar. Siempre es posible cambiar y esforzarse por ser la mejor versión de uno mismo. Dios nos creó para hacer el bien, y esto empieza por nosotros mismos. Este año nuevo nos ofrece una oportunidad de comenzar de nuevo. ¡Aprovechémosla bien!

“—El primer mandamiento, y el más importante, es el que dice así: ‘Ama a tu Dios con todo lo que piensas y con todo lo que eres’. Y el segundo mandamiento en importancia es parecido a ése, y dice así: ‘Cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo’. Toda la enseñanza de la Biblia se basa en estos dos mandamientos” (Mateo 22:38-40 TLA).

La Reverenda Verónica Martínez-Gallegos, M.Div., BCC, es capellana y educadora certificada ACPE. Además, sirve también junto a su esposo, quien es pastor titular de la Iglesia Bautista La Voz de La Esperanza en Charlotte, Carolina del Norte, y colabora en el CLLI en diferentes puestos: Miembro del consejo directivo, facultad y coordinadora del CLLI en Carolina del Norte.