Por Alicia Zorzoli

Marzo, 2019

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Yo no tuve una hermana. Tengo dos hermanos a quienes amo con todo mi corazón, pero me hubiera gustado tener una hermana; una niña con quien jugar, con quien contarnos secretos, con quien pelear, con quien compartir sueños, con quien intercambiar ropa, una a quien contarle del chico de la escuela que me gustaba. 

Y no soy la única que siente así. En estos días fuimos testigos de una experiencia maravillosa. Una miembro del grupo de mujeres que nos reunimos semanalmente para estudiar la Biblia, recibió como regalo de Navidad el kit para el estudio de su ADN. Ella había sido adoptada de pequeña y no sabía nada de su familia biológica. Como resultado de la prueba, encontró que ¡tiene una medio-hermana! Ambas se comunicaron, y la semana pasada se encontraron. Fue maravilloso verlas juntas. No se podían separar. En su testimonio, la hermana de mi amiga contó que durante toda su vida anheló tener una hermana. Y ahora Dios le había concedido su sueño. 

En mi caso, con los años mis dos hermanos se casaron y me hicieron el mejor de los regalos: dos cuñadas a quienes amo como si fueran mis hermanas. Aunque vivimos muy distantes, con ellas puedo conversar por horas y lo disfrutamos muchísimo.

Estos dos ejemplos se reúnen en una sola palabra: fraternidad. El diccionario la define como “amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales”. El efecto de este sentido de fraternidad puede verse tanto entre dos personas como en un grupo. Y el impacto que produce en la vida de las personas es tremendo, y especialmente en nosotras como mujeres. Sea una fraternidad de sangre o afectiva, la influencia de ambas o de varias entre sí puede llegar a ser poderosísima. 

Hay un elemento fundamental que integra el ADN de esto que llamamos fraternidad. Sea que se trate de la relación entre dos personas o entre un grupo de ellas, y aunque ninguna pierde sus características distintivas individuales, debe existir un punto de contacto. Tiene que haber algo que las conecta entre sí. Pueden ser parentesco, intereses comunes, gustos similares o vocaciones comunes.  En mi caso la conexión se dio en la forma de un parentesco, aunque no sanguíneo, con mis cuñadas. En el caso de mi amiga, el punto de contacto fue de sangre cuando ambas descubrieron que eran hijas del mismo padre.

Yo encuentro un ejemplo de esto en Lucas 8:1-3. Lucas presenta a un grupo de discípulas de Jesús. Ellas iban, junto con Jesús y los doce apóstoles “de ciudad en ciudad y de aldea en aldea” (v. 1) siguiendo a su Maestro, aprendiendo de él y sirviéndole con sus bienes. De tres de ellas sabemos sus nombres: María Magdalena, Juana y Susana; pero Lucas añade que había “muchas otras” (v. 3). Son mujeres muy diferentes entre sí. Algunas habían sido sanadas físicamente; otras habían sido liberadas de malos espíritus; algunas, como Juana, provendrían de una clase alta en la escala  social; otras serían lo que llamamos “ilustres desconocidas”. Cada una de estas discípulas tenía una historia que contar; un “antes” de su encuentro con el Maestro. Pero el encuentro con Jesús y su obra poderosa en la vida de cada una de ellas fue su “punto de contacto”, fue lo que estableció la conexión entre ellas, lo que creó la fraternidad. El Comentario Bíblico Mundo Hispano lo expresa con una frase simple pero profunda a la vez: todas ellas “habían sido igualmente perdonadas”. Ahí está el punto de contacto; esa fue su conexión. 

Yo no me puedo imaginar a un grupo así de mujeres caminando juntas, recorriendo kilómetro tras kilómetro por días, meses y hasta años, y sin verlas conversando entre ellas. Probablemente al principio no se conocían entre sí, pero no habrá pasado mucho tiempo sin que empezaran a presentarse, a preguntarse sus nombres y a compartir su experiencia de cómo habían llegado a ser discípulas de Jesús. ¡Eso también está en nuestro ADN como mujeres!  Es decir, es fácil imaginar que se debe haber creado esa “amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales” que define a la fraternidad. 

Quisiera traducir la experiencia de ese grupo descripto en el Nuevo Testamento presentando a un grupo de nuestro tiempo del cual me siento honrada de ser parte. Me refiero a una institución llamada “Instituto Cristiano para Líderes Latinas” (CLLI por sus siglas en inglés). Se trata de un programa académico de tres años de duración cuyo objetivo es transformar la vida de las mujeres en el nombre de Jesús al empoderarlas como líderes cristianas latinas, o latinas de corazón, para ser agentes de cambio en el micro o macro cosmos en el que les toca actuar. A través de sus más de 13 años de existencia, CLLI ha sido el lugar de encuentro de líderes cristianas que no solo recibieron instrucción académica para ser las mejores líderes en su campo sino que también recibieron modelos a seguir de parte de instructores y compañeras de trayectoria y, además, recibieron el beneficio de la influencia y las experiencias compartidas entre sí.

Hace pocos días me reencontré con una de mis ex alumnas de ese programa: Ana Castellano de Jiménez, quien me expresó que CLLI fue quien la impulsó a proseguir sus estudios luego de graduarse de la universidad. Ya casada, con tres hijos y con la dificultad de que el inglés no es su idioma natal, decidió esforzarse por obtener una maestría. ¿El resultado? Pues que alcanzó no uno sino dos títulos: una maestría en Ministerio Cristiano y la otra en Consejería Cristiana. Pero allí no termina la historia; ahora Ana está cursando sus estudios de doctorado para obtener el título de Doctora en Educación. Ana reconoce a CLLI como la fuerza que Dios usó para animarla a progresar en su liderazgo prosiguiendo sus estudios para poder ser la mejor líder cristiana en su campo y ejercer una influencia que deje huellas en muchas vidas.

Sí, es verdad que no tuve la hermana que hubiera querido de niña. Pero al mirar hacia atrás veo que Dios compensó ese anhelo haciendo rebalsar mi copa con una superabundancia de “hermanas”. Primero fueron mis cuñadas, después fue un verdadero ejército de mujeres con quienes tuve contacto personal en más de 50 países a lo largo y ancho del mundo cuyos lazos de amistad y afecto continúan marcando mi vida, y más recientemente a través de CLLI ¡Y eso describe perfectamente lo que es una verdadera fraternidad!

Alicia Zorzoli es maestra de la Biblia y conferencista internacional, ha publicado numerosos artículos en revistas y libros cristianos. Desde hace más de diez años sirve como profesora del CLLI.

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