Por Roz Garcia

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“¡Ya sé dónde vives! ¡En la casa de la mesa donde siempre hay gente comiendo!”. 

Eran mis primeras salidas de adolescente. Tenía unos 12 años. Me emocioné al escuchar que el muchacho con quien coqueteaba ¡sabía dónde yo vivía! Pero nunca imaginé oírlo decir: “¡en la casa de la mesa donde siempre hay gente comiendo!”. ¡Me quise morir de vergüenza!

Sí. Así nos conocían en el barrio en Monterrey.

En la cocina de la casa de mis padres hay una mesa redonda color café con 6 sillas. En el techo arriba de ella hay un abanico con un foco amarillo que refresca en los días de verano y alumbra por la noche. Está ubicada frente a una ventana que da a la cochera de la casa; parece vitrina de tienda. A cualquier hora se puede ver a alguna persona sentada allí: leyendo, comiendo, conversando, riendo. Ese es y será el punto de reunión. Extraño esa mesa.

¡Cuántos recuerdos de vivencias en esa mesa! Había lugar para las personas que quisieran acercarse, donde serían tratadas como mis “hermanos y hermanas”. Aprendí a llevar esa “hermandad” a mi vida y compartirla con quienes se sientan a la mesa. 

En nuestra mesa habrá provisión para mi hermano y mi hermana…

Jamás ha faltado comida ahí. Mi mamá es muy buena cocinera. Yo nunca he logrado cocinar como ella, pero lo que sí le aprendí muy bien fue a jamás dudar de la provisión de Dios para poder compartir, aun cuando yo pensara que la comida era insuficiente. Así como Jesús repartía comida mientras amaba, y sobraban cestas de alimento, puedo comprobar diariamente los milagros de su provisión.

 Jesús les dijo:

—Denles ustedes de comer.

—Pero lo único que tenemos son cinco panes y dos pescados —le respondieron—. ¿O esperas que vayamos y compremos suficiente comida para toda esta gente? Lucas 9:13, NTV

En nuestra mesa habrá enseñanza para mi hermano y mi hermana…

Durante mi etapa de estudiante, cuando mi hermana y yo regresábamos de la escuela nos sentábamos a comer en esa mesa mientras mi mamá nos preguntaba sobre nuestro día. Era un momento de platicar y completar nuestras tareas. Pasaban las horas y seguíamos allí estudiando.

Hoy seguimos aprendiendo en la mesa. Saboreando café compartimos diversos temas y la Palabra de Dios. Tenemos libertad para leer, meditar, preguntar y debatir la Biblia para conocerla en una forma más personal diariamente.

El temor del Señores la base de la sabiduría.Conocer al Santo da por resultado el buen juicio. Proverbios 9:10,  NTV

En nuestra mesa siempre habrá comunión sin discriminación para mi hermano y mi hermana…

Mis recuerdos de reuniones familiares son con pleitos por tener una silla en la mesa de la gente adulta. Todos queríamos sentarnos allí y era chistoso ver sillas amontonadas o dos sentados en un mismo asiento para poder así estar presentes. Era un momento donde todos éramos iguales. Allí no había discriminación: joven, adulto, mujer u hombre; simplemente éramos “tribu”.

Hoy puedo seguir teniendo comunión en nuestra mesa con todas aquellas personas que quieren formar parte de nuestra “tribu”, entendiendo la diversidad en la creación de Dios y tratándonos con respeto y valor.

 Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Gálatas 3:28,  NTV

En nuestra mesa seremos servidores de mi hermano y mi hermana…

Otro recuerdo es ver a mi mamá haciendo los preparativos: acomodando mantelitos, servilletas, vasos, cucharas y todo aquello que pudiera necesitarse al sentarnos allí. El ver la mesa toda hermosa era como una invitación a sentarse y disfrutar. Ella se la pasaba preguntando si nos hacía falta algo, si queríamos una tortilla, más sopa, otro taquito… Me sentía importante cuando mamá me atendía.

Ahora, cuando recibo visitas en mi casa me propongo hacer que las personas que llegan sientan que son especiales. Trato de ser amable y ayudarlas para que estén a gusto. Jesús servía, y él es mi ejemplo. ¡Qué gran bendición es poder hacerlo!

 Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser líder entre ustedes deberá ser sirviente. Mateo 20:26, NTV

En nuestra mesa habrá inclusión para aquellos hermanos y aquellas hermanas que se sientan solos y que necesiten que se les escuche…

En la mesa de mis padres compartí situaciones que me molestaban o me dolían. Allí también  escuché a mis amigos hablar sobre sus situaciones de vida, estando presente cuando necesitaban que se les escuchara. Sabían que ahí se les escucharía sin ser juzgados. A veces solo se les escuchaba en silencio. Otras veces oía la voz de mis padres cuando no estaban de acuerdo con algo, o la voz de mi hermana al darme consejos. Aprendí que mi voz, y la voz de otras personas, eran importantes. Era una mesa para ser incluyente con “mi hermano o mi hermana” que llegaba con cansancio, desgaste, y con falta de aceptación en su familia o comunidad. Fue la mesa donde nació mi anhelo de ayudarles a ver la esperanza que tenemos al conocer a Jesús, y de poder compartir lo que Dios nos enseña acerca de nuestro valor, su amor al darnos vida y amar.

Luego dijo Jesús: «Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Mateo 11:28, NTV

En nuestra mesa habrá amor y misericordia para mi hermano y mi hermana

El amor requiere decisión. En días de dolor y heridas nos cuesta amar. Pero en nuestra mesa decidimos amar.

Sigan amándose unos a otros como hermanos. Mateo 11:28, NTV

¡Cómo extraño esa mesa! Pero hoy tengo una mesa a donde me puedo acercar. Es nuestra mesa de reuniones del CLLI. Una mesa donde vivimos la hermandad, teniendo amor y misericordia entre nosotras. Mesa de inclusión donde nuestra voz resuena fuerte. Mesa de servicio usando nuestros dones. Mesa de comunión sin discriminación donde nos enseñamos unas a otras. Y, sobre todo, una mesa de provisión donde podemos experimentar lo que Dios ha estado haciendo en cada una de nosotras. 

Me siento orgullosa de sentarme a nuestra mesa. Una mesa donde siempre hay gente comiendo, ¡pero comiendo la Palabra de Dios!

Roz Garcia es la Coordinadora de CLLI Metepec, México, y es graduada del CLLI Monterrey Mex. 2018.

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