Por Jana Atkinson
Traducido por Alicia Zorzoli
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Crecí como la del medio de un grupo grande de hijas. No hace falta decir que la hermandad es una de las primeras cosas que comprendí, y es algo que siempre amé. Debido a diferentes circunstancias, varias de mis hermanas son adoptivas. Mi papá y mamá mostraron un amor abundante al ajustar su vida y sacrificarse para llenar las necesidades de otras personas. Aunque mis hermanas y yo no tenemos el mismo ADN, las experiencias y las condiciones que compartimos han forjado un lazo de unión muy importante para mí, y yo creo que tiene el potencial de hacer un impacto en el mundo. Nuestra hermandad es el primer lugar donde vi las manos del Señor obrar en mi vida. Siempre guardé una admiración profunda por la adopción. La adopción de mis hermanas significó por lejos los momentos más significativos de mi vida. Para mí, esos momentos maravillosos sirven como los ejemplos supremos del evangelio.
Aunque nuestra hermandad es asombrosa, no siempre fuimos un grupo perfecto de hermanas. El buen Dios hizo que las hermanas Atkinson fueran individuos completamente diferentes entre sí. Las diferencias que se encuentran entre los miembros de nuestro grupo han resultado en muchas discusiones y muchos malentendidos. Algunas veces surgieron barreras que ocasionaron distanciamientos dolorosos en nuestras relaciones. Sin embargo, la bondad de nuestro Padre de amor siempre superó los tiempos difíciles que enfrentamos. Nunca olvidaré el momento más asombroso e inspirador que demostró cuán verdadera es la fidelidad de Dios. El Espíritu Santo nos llevó a través de la situación más dura que hayamos experimentado jamás.
Hubo un tiempo cuando nos encontramos en un lugar donde una de mis hermanas, debido a circunstancias desafortunadas, no nos hablaba. Algo le sucedió a ella durante ese tiempo que cambió su vida para siempre. Sin ninguna vacilación y sin pensarlo dos veces, ese mismo día las seis de nosotras estábamos juntas otra vez, recogiendo los pedazos rotos y abrazándonos con amor incondicional. Fue durante esa época en mi vida que estuve en el proceso de rendir completamente mi vida al Señor. El ver la fidelidad de Dios en esa situación increíble me hizo caer de rodillas y rendirme completamente. Fue entonces que comencé a vivir cada día de mi vida totalmente sometida a Él, y también fue entonces que acepté plenamente mi llamado al ministerio.
Debo admitir que el Señor creó un grupo bastante interesante entre nosotras. El vínculo que tenemos mis hermanas y yo me recuerda una verdad bíblica. La dinámica de nuestra hermandad es un ejemplo de cómo Dios ama igualmente nuestras diferencias. El amor que tiene Dios por cada una de nosotras es personal e increíblemente hermoso. La diversidad entre mis hermanas y yo me impulsa a alabar a Dios por la belleza de todo esto. Aunque no somos un grupo de hermanas perfectas puedo decir que somos una gran representación del cuerpo de Cristo.
Tenemos dones y roles muy diferentes, pero aun así tenemos en mente una misma meta; y es la de ser las representantes del nombre Adkinson y del padre y la madre que nos criaron a todas. Es de esa misma forma que los distintos miembros del cuerpo de Cristo tienen roles y dones diferentes, pero todos trabajan para glorificar el nombre de Jesús y representar al Dios que obró nuestra redención (1 Corintios 12). Esta es una verdad bíblica hermosa: no importan las circunstancias que rodean nuestra vida, debido al amor sacrificial, incondicional e inmerecido de Jesús todos somos, sin ninguna duda, miembros de la familia de Dios. Fue ese mismo amor inexplicable lo que llevó al Dios del universo a venir y pagar el más caro de todos los precios para que pudiéramos ser redimidas y adoptadas en la familia de Dios.
Hubiera sido fácil para mi papá y mamá orar, dar dinero o ayudar a hacer los arreglos para mejorar la vida de mis hermanas. En vez de eso, (quite varias palabras aquí) eligieron tomar la carga más pesada y criar a mis hermanas como sus hijas. No importan las circunstancias que rodeen nuestra vida; debido al amor sacrificial e incondicional todos hemos sido adoptados en la familia de Dios. De modo que mi oración para todos nosotros es que tomemos esta verdad y la compartamos con el mundo a través de la vida que vivimos y el amor que compartimos.
Durante mi primer semestre en la Universidad Bautista de las Américas, la doctora Nora Lozano, mi profesora favorita, me invitó a ser parte del Instituto Cristiano para Líderes Latinas. Debo admitir que eso me sorprendió porque no soy Latina. Sin embargo, debido a mi respeto por la doctora Lozano, asistí al entrenamiento y tomé ese curso en el siguiente semestre. Me adoptaron en la familia de CLLI (por sus siglas en inglés) como una Latina de corazón con mucho amor y apoyo. He crecido inmensamente por ser parte de esta maravillosa comunidad Cristocéntrica. Puedo decir con plena confianza que las mujeres que me adoptaron allí me van a animar y alentar a seguir de todo corazón al Señor y a su llamamiento en mi vida. Estoy orgullosa de representar a mi dulce Salvador Jesús como una Latina de corazón.

Jana Atkinson es una alumna de tercer año en el Instituto Cristiano para Líderes Latinas, y de último año en la Universidad Bautista de la Américas, especializándose en Biblia y Teología. Después de graduarse va a continuar estudiando en el Seminario Logsdon para obtener su Maestría en Divinidades.